Ahí estabas, galante cual príncipe de cuento de hadas, tomado de la mano y con una sonrisa de actor de televisión; yo miraba sereno la fotografía fechada con el día de ayer, no sé en qué momento se me ocurrió comentarte con una de esas falsas felicitaciones para hacerte plática, debí abstenerme de ello, ella había respondido por ti, sonriente, alegre, como una doncella que fue rescatada por un príncipe, aquel príncipe que durante mucho tiempo llevé en mi corazón. No tuve más opción que seguir con el juego, comentarios sarcásticos —que ella nunca habrá de entender —, respuestas hirientes.

Pensar que cuando te conocí, eras el gigoló de tu grupo, aquel que arrasaba con todos los hombres que se lo ponían delante, colgabas permanentemente un letrero con grandes y llamativas letras “Quiero coger”; ilusiones tontas, palabras tiernas y dulces que seguro practicabas a diario; a pesar de todo ello, mi corazón te perteneció desde el momento que nuestras miradas se cruzaron, y se quedó contigo hasta el momento del final.

Sigo mirando la foto y los comentarios como estúpido, creyendo que aquella mujer sería una más de tus locas pasiones de adolescente, pero, han durado más de lo esperado, cinco meses es demasiado tiempo para un chico como tú, bien lo sabes; amanecer contigo era todo un privilegio, arreglabas los asuntos por la noche y no se volvía a saber de ti en semanas, incluso en meses a menos que tuvieras nuevamente ganas y no hubieses encontrado algo “interesante” regresabas a mí. Pero ahora parece diferente, como si las miles de relaciones con chicos hubiesen sido solo un lapso de diversión, ¿ahora descubriste que puedes amar a una mujer?; me prometí no llorar, encerré mis emociones en un cubito en el fondo de mi corazón, encadenadas, y las arrojé al mar. He cerrado la foto, no vale la pena seguir recordando, lo que no fue, no será, el pasado lo dejaré ahí, como un recuerdo de mi impetuosa juventud.